jeudi 30 avril 2015

1 de Mayo: Marchemos por Cajamarca, por El Valle del Tambo, por el Perú

El Colectivo de Peruanos en Francia convoca a todos los peruanos residentes en el extranjero a unirse a las diferentes marchas organizadas en todo el mundo en éste 1 de Mayo para decir SI A LA VIDA y denunciar y rechazar el asesinato, la persecusión política y el emprisionamiento de nuestros hermanos en el Perú, que luchan por salvar nuestro medio ambiente y la vida, contra el gobierno corrupto y entreguista de Ollanta Humala y las transnacionales mineras.
CONGA NO VA! TIA MARIA NO VA!
LIBEREMOS LA DIGNIDAD, LIBEREMOS A GOYO DIGNIDAD!



lundi 27 avril 2015

LA MUERTE DE LOS ELEFANTES. Relato inédito de Christian Galdón (España)


¿Hay algo más tenaz que la memoria?

Salvador Elizondo




                                     I


-La muerte de los elefantes-

Si; yo estoy en la cocina, estoy bebiéndome un vaso de leche con galletas marbú dorada [quizás no debería hacer propaganda]. Corto las galletas en dos mitades y luego hago otras dos mitades con esas dos mitades, por lo que quedan cuatro trozos desiguales de galleta flotando en el lodo pasteurizado de la leche. Repito la operación de forma automática con otra de las galletas, dos en cada tanda. Éstas van empapándose y claudicando al peso de la gravedad, mientras yo pierdo la mirada y mi concentración en zapping que emite no recuerdo qué cadena por televisión. En uno de los cortes, unos pájaros vuelan aleatoriamente por el espacio cerrado de una habitación blanca y aséptica. En la habitación hay guitarras eléctricas y altavoces grandes y pesados distribuidos convenientemente en la cuadratura. Los pájaros se mueven, repito, con la irregularidad propia de los ácratas y los hijos maleducados, y  a veces, solo a veces, van a parar a las cuerdas estiradas y tensas de algunas de las guitarras. Descansan, reposan el vuelo y resbalan horizontalmente improvisando un sknowbording divertido; vuelven a descansar. Pasados unos segundos inician una nueva aventura, dejando tras de si el sonido [diríase ruido] inconsciente de una cuerda en vibración. Hay, calculo con superficial ligereza, unos 45-50 pájaros en total, todos en movimiento discontinuo, ofreciendo on live un concierto único e irrepetible. Yo estoy fascinado y por eso dejo que las galletas busquen el fondo azucarado del cristal, cuando las recojo con la cucharilla parecen papilla. Continúo con la mirada embebida en la caja [tremendo anacronismo] de la televisión. Siguiente corte: unos campos amplios en plena naturaleza se extienden hasta un horizonte sin delimitar por el objetivo de la cámara. Formando una perfecta geometría de cementerio bien diseñado aparecen unas cruces de madera oscura y sufriente. Por todas partes, es decir, de ambos brazos de la cruz cuelgan cedés sujetos con hilo transparente de pescador. Todos ellos, a merced del viento y el sol, ofrecen un impresionante espectáculo de luz y de colores. Hay muchas cruces. También hay muchos cedés. No existe proporción; el número de cedés es infinitamente superior; estos parecen estar flotando, como pompas iridiscentes de jabón en el espacio. El plano de la cámara es fijo. No sucede nada extraordinario, salvo el juego de luces producido por la fina película de agua no polarizada que reflexiona la luz. Los cedés no paran de girar y girar. Pasados unos veinte segundos de encuadre rígido y de silencio expectante, el subtítulo informativo de la instalación; nombre y artista: Scarecrow (espantapájaros). Sonrio mucho, mucho, mucho al reconocerme, es la primera vez que pasan algo mío por la televisión, creo. Casi me atraganto con la risa. Toso bastante. Bebo un poco de leche fria. Vuelvo a toser y después  vuelvo a beber leche fría. Es entonces, en el mismo momento en el que estoy dando el segundo trago de esa leche insípida y los penúltimos restos de galletas se van colando por el tobogán de mi garganta, cuando sucede todo.
            Como si de una aparición fantasmal se tratase, la veo allí, plantificada bajo el dosel de la puerta. Ha llegado furtivamente, quizás mientras yo alternaba toses y risas, de ahí que no la escuchara. Lleva un camisón rosa con bordados de flores rojas a la altura de los pechos. El camisón parece de seda fina y delicada, gracias a dios no se transparenta. Pienso, antes de concederle la palabra, que todavía representa con dignidad su papel de mujer. Le atribuye un valor a su cuerpo y por eso lo esconde. [Debo confesar que me fascina el pudor en sus múltiples manifestaciones]. Al reconocerme acomodado en la mesa me planta una sonrisa de rabia y felicidad, como si quisiera expresarme cierta dicotomía: “aquí me tienes un día más”, o tal vez con mayor probabilidad; “ya me deben quedar menos”. Le devuelvo la sonrisa gustosamente y le pregunto que tal ha dormido esta noche. Es necesaria una cuidada vocalización por mi parte, acompañada de un elevado tono de voz, aunque creo es más importante lo primero, pues acostumbra a leerme los labios. No se me pasa por la cabeza despertarme después de la centena con una sonrisa en la cara. Tampoco me veo con cien años. Ella me responde tres segundos más tarde que ha dormido bien, que encontró el proceloso camino del  sueño via rezos y plegarias. Empecé, dice, con San Juan Bautista, y terminé con tu abuelo, aunque a él, creo, no pude llegar. Y continua;
…a veces me acompaña una tonadilla de fondo, siempre la misma. Es una tonadilla extraña. Si bien es cierto no he dormido tan…Recuerdo haberme despertado en un par de ocasiones. Si, eso es, un par de sobresaltos en toda la noche. Tuve un sueño extraño. Un sueño realmente extraño. Tu abuelo estaba en esa habitación de siempre encerrado. Tenía miedo y no tenia miedo. No había visto a nadie en tiempo, hacia tiempo que no hablaba con nadie y por eso escribía cartas sin parar. Todo el dia escribiendo cartas. Las sellaba con la lengua, como lamiéndolas y luego las dejaba a una lado amontonadas. Habia cientos de cartas formando una torre que se inclinaba con el peso. Cuando le parecía, o me parece a mi que le parecía, cogía una de las cartas que estaban en la base, la miraba con sorpresa,  los ojos encendidos de alegria y la abría con desesperación. Había montones de cartas por toda la habitación, hojas estranguladas en el suelo, sobres abiertos encima de la cama y en una silla que le hacía de mesita. En un bote de pepinillos verdes sin pepinillos verdes guardaba dos plumas con dos gotas de sangre en la punta. Junto al bote de pepinillos una lata de conservas de color cobre llena de tinta roja. La tinta, era de su propia cosecha. Quiero decir, que la sacaba tu abuelo de su propia sangre. El abuelo estaba demacrado como una calavera pero continuaba escribiendo. Leía y escribía, sucesivamente. Una sonda colgaba, como un una fuentecilla, de su estómago y se dejaba caer sobre el interior de una bolsa de plástico blanca en la que ponía “automatic” con letras negras y sin acento. De repente entra el caudillo en la habitación, sin bigote y vestido de monaguillo. Lleva una sotana blanca que cuelga hasta las rodillas. Un bordado de tres letras le cubre el frontón del pecho: M.S.I. El bordado es de hilo negro, hilo gordo, muy gordo. La S es como la de Superman, visiblemente más grande que las otras dos letras. Al entrar el caudillo dice: represento al Movimiento Sinárquico del Imperio, Corinto Hazá me predijo, y por eso estoy aquí, siendo acaso, el  resultado de su predicción. El abuelo no le ha prestado atención y continua concentrado en la lectura de una nueva carta. El caudillo grita un poco repitiendo la misma información. El bramido es ridículo, agudo y desafinado. Tu abuelo se toca entonces la cara con las manos, se rasca los ojos como solía hacer. Saca el peine de la cartera y se atusa con parsimonia el cabello. Finalmente reconoce al caudillo con la mirada y le advierte una silla justo al lado de una escopeta que hay apoyada en la pared. Tu abuelo no parece estar asustado, tampoco se muestra sorprendido de que le hayan destapado el escondite, y más siendo él, el caudillo, tan de los Otros. Éste coje  la silla que está junto a la escopeta y se va a sentar frente al abuelo. Saca una baraja española de cartas y le indica con un gesto  para que corte. La baraja parece haberla sacado del interior de la sotana, yo diría que de los calzoncillos, pero no estoy segura. Antes de cortar, el abuelo le ofrece un poco de sangre con otra lata que tiene de repuesto. El caudillo la rechaza como evidenciando un absurdo. Entonces el abuelo corta, reparte el jefe y se ponen inmediatamente a jugar al cinquillo. Juegan sin entusiasmo pero juegan. Estiran la partida hasta  que se quedan sin cartas apropiadas para continuar con la serie. Después, vuelven a empezar. Casi siempre están empezando. Ahora, dice el caudillo, yo doy juego, y reparte de nuevo. Siempre das tú juego, murmura el abuelo. Qué dices……. Nada.
Llevan cuatro o seis cartas lanzadas sobre la mesa cuando el caudillo le pregunta al abuelo sin mirarle a la cara  que porqué se ha escondido. El abuelo está empeñado en ofrecerle sangre en la lata de conserva. Lo vuelve a intentar con la mala fortuna de que   le cae un poco de esta  encima de la sotana blanca. El caudillo se solivianta y profiere algún insulto. Desgraciado, dice. El abuelo, no levanta tampoco la cabeza, evitando así cualquier cruce de…Evita cualquier desafío ocular con el general en cargo y jefe del Movimiento Sinárquico del Imperio. Después contesta la pregunta: me aburren las guerras o las guerras son aburridas, le dice el abuelo al caudillo, y además, continua, tengo o tenía miedo, pero lo primero es más importante. Al abuelo le gustaba jugar a este juego, al cinquillo. También le gustaban las películas del oeste. Las guerras no son aburridas, o no son aburridas las guerras, dice el caudillo sin bigote después de que tu abuelo reconociera que tiene  o tenía miedo. Las guerras, continuo diciendo el caudillo, son como las operaciones quirúrgicas en el cuerpo, primero duelen pero luego se agradecen. No me gustan las operaciones, dice el abuelo. Y si, las operaciones son como las guerras, siempre dejan secuelas; es cuestión de tiempo, las temperaturas bajan y el dolor reaparece. Hay operaciones que se hacen necesarias, dice el jefe del M.S.I sudando como un profeta. Prefiero morir sin tener que pasar por el quirófano, replica el abuelo. El caudillo empieza a hablarle ahora de células cancerígenas, virus invasores, bacterias y hongos en mal estado, tejidos dañados, putrefactos, en descomposición acelerada. El abuelo, creo que sin querer, bosteza. No hace ruido alguno, pero lo ha hecho delante del caudillo sin bigote y con las iniciales M.S.I grabadas en el centro de los pectorales. La S, dije, resalta, al igual que resalta la S de Superlópez o la de Superman. Al ver que el abuelo ha emitido la señal de un bostezo gigantesco, el caudillo siente la necesidad de dejarse llevar y sucumbe al contagio. La réplica; otro bostezo avaricioso. El nivel de oxígeno disminuye en la pequeña habitación de configuración monacal, o es el aburrimiento el que está venciendo a los cuerpos. Nuevo ofrecimiento visceral de tu abuelo, la sangre bien sondada y en recipiente de cobre esmaltado. El caudillo lo rechaza  e intenta golpear con su brazo derecho la cara del abuelo, pero lo hace tan a cámara lenta que lo que parece un jab brusco queda en una apertura de tai chi ralentizada. El abuelo esquiva y da pie a que se comience  una danza soporífera de movimientos previsibles que se leen antes de nacer. Los bostezos ahora  se concatenan, se esperan, se abrazan como hermanos perezosos y lentos. Los párpados van cayendo, arrugados, sembrando alguna que otra lágrima pesada e involuntaria [o no tanto]. Otro bostezo más. Y otro. Y giros y golpes sin receptor, ya deambulando, ya perdiendo el sentido del equilibrio, desatendiendo el espacio, el tiempo,  la vida. La habitación que se va secando, asumiendo un proceso irreductible de envasado al vacío, higienizado y aséptico como una carne roja plastificada y blanda y sin oxígeno, tan limpia como un corte seco sin temblores en el pulso o un disparo con silenciador. Los cuerpos en el suelo, en plácido sueño, van descansando la eternidad y el caudillo queda  amorrado, como un angelote inocente y cándido, a la sonda que atraviesa y transfiere al abuelo. Esta vez no ha habido ofrecimiento, el caudillo la tomó por cuenta propia. Antes, eso si, de abandonarse del todo, el abuelo, viéndolo chupar obstinadamente y siguiendo las pautas de los asesinos con clase, aquellos que aun moribundos retienen una frase para el final,   le confiesa el ardid: no me hizo falta ir de caza para matar al cabrón. Ni mucho menos ir a la guerra. La sosa cáustica va haciendo el resto…

Post-delirium I

[…] terminé con el abuelo, aunque a él, creo, no pude llegar. A veces me acompaña una tonadilla de fondo, siempre la misma. No se de donde viene. Estoy sorda y fíjate qué cosas siento [RISAS] Si con la tonadilla no me duermo empiezo a recordar una obra de teatro que aprendimos antes de la guerra. Se llamaba “Un alto en el camino”  y  la escribió uno que le decían el Pastor Poeta. Yo memoricé todos los papeles, por si acaso a alguien se le olvidaba el suyo. Ahora la se entera, de principio a fin, por eso me la represento para mi misma, como si yo fuera el público y los actores a la vez. [RISAS] Ahora no hacéis nada, con el demonio ese de internete no saléis de casa. Todos con la cabeza como una pantalla de esas de ordenador. Antes era distinto, y ahora también es distinto. Siempre es distinto, pero antes estaba tu abuelo y yo no tenía que estar todo el día haciendo sopas de letras. Me gustan las sopas de letras, pero a veces me duermo. Me entra el sueño y me duermo. Duermo mucho. Duermo más que el aljez. La muerte me ha de pillar roncando [RISAS], ya verás [RISAS], y con un bolígrafo en la mano porque estaré haciendo sopas de letras. Yo era la criada, quiero decir, que mi papel correspondía al de la criada. En realidad tanta letra me marea, por eso me entra el sueño [RISAS] Ya verás, la muerte, en un ronquido se me cuela por la boca…[RISAS]

            Pot-delirium II

Todavía está sonriendo. Todavía presenta la sonrisa como el mayor y el más atractivo de sus atributos, como si en sus labios bailara la felicidad. Los ojos le brillan, pero es un brillo cansado, igual que el de una bombilla de bajo consumo recién encendida. En realidad, ya lo dije, irá cogiendo temperatura. Ahora está ahí, enmarcada en la puerta, justo a unas escaleras que hace años que no sube. A su izquierda, un calendario con números que realmente no importan. El tiempo reglado y absurdo de un mes y un año cualquiera. Y vuelvo a repetir, por si se nos hubiera olvidado, que  viste en la medida en que su nobleza la defiende, un camisón rosa con flores bordadas en el pecho. Sus senos hace tiempo que involucionaron, dejaron de ser protuberancias para convertirse en dos emoticonos sin profundidad; dos pendientes pudorosamente escondidos, como un secreto de incalculable valor.
            Voy a levantarme. Voy a intentar hacerlo. Quiero recoger la mesa y dejar todo como estaba. Apagaré la televisión y pondré las galletas en su sitio, las guardaré en el armario. Voy y quiero hacer todas estas cosas cuando ella me dice que guarda unas cartas del abuelo de cuando la guerra. Yo me quedo paralizado. No puedo creerlo. Digo algo en voz más o menos alta pero no puede oírme. Como no me ha oído, vuelve a repetir lo de las cartas. Yo no le contesto. Ella sigue mirándome, esperando una reacción por mi parte. Continúo en silencio, sin respuesta, sin preguntas. Al ver que me mantengo inoperante, no insiste. Empieza a girar sobre sí misma muy lentamente, apoyando sus manos en los laterales de la puerta. En ese momento ya solo me ofrece el trasero, la ladera curvada de su espalda. Tres segundos que son tres pasos, mecánica cuántica gasificada, pues al cuarto, bien paso, bien segundo, me regala una escala cromática de gases bien solfeados. Yo pienso, no se porqué, en A Love Supreme de John Coltrane, y en el misterio indescifrable de la cosmogonía más recóndita.  Pienso, creo, en el misterio del Universo y en el amor supremo con el que debió concebirnos aquel que nos concibió como para permitir estos deslices sin atragantarse de vergüenza. Pero en realidad  da igual, todo da igual. Ella no se ha enterado de nada.
            Ahora debe de estar sentada en el sillón. Hay que decir que ella se puede permitir esa flojera en el estómago, descargar cierta presión interna, expulsarla al exterior como un regalo altruista y desinteresado. Considero a mi abuela una mujer esplendida. Nada de  preguntas incontestables. Cero trascendencia. Simplemente una combinación de sopas de letras y un sueño fácil es suficiente para hacer de su vida algo llevadero. Si, definitivamente hay personas que logran ser felices. Mi abuela debe de ser una de ellas. Mi abuelo en cambio….Ahora recuerdo; las cartas. No, no puede ser cierto, tanta sopa de letras están acabando por confundirla. No es cierto. No, mi abuelo no sabía escribir. Es imposible entonces que existan esas cartas. Yo tengo que levantarme. Es necesario que así sea. Creo que voy a hacer esto, levantarme, aunque no estoy muy seguro. Puede que me levante y me quiera volver a sentar. Mi abuela estará ya en el sillón, Tiene el pelo blanco como la nata, o como la nieve. Mi abuelo no tenía pelo, ni ilusión por la vida, era un hombre desganado. Y delgado. Mi abuelo era un hombre delgado. No, mentira. Mi abuelo no era un hombre delgado. Mi abuelo había perdido las ganas de comer. Tampoco estaba gordo, mi abuelo. Respiraba fuerte, cuando moría; cuando estaba muriendo. Mi abuelo estuvo muriendo durante mucho tiempo. Yo oía su respiración por las noches, pero no estaba gordo. Nunca tenía hambre, ni sueño. Respiraba con rabia, como arañando. Yo oía esos arañazos. Mi abuela debe de estar en el sillón de cuero, sentada y feliz como una mariposa. Las mariposas, creo, son felices. Mi abuela es feliz y por eso ronca. Yo oigo su respiración por las noches. Las mariposas no roncan, creo, pero mi abuela si. Mi abuelo murió hace dos años. El no roncaba. Los gusanos no roncan, creo. Mi abuelo era como un gusano, siempre por tierra. Los gusanos no roncan pero respiran fuerte. Los gusanos respiran fuerte porque les falta el oxígeno. En cambio, las mariposas simplemente no roncan, sin embargo son felices y visten de colores. Mi abuela es feliz y ronca también, y viste de colores. Los  gusanos entran y salen de la tierra como si nada. Salen para respirar porque dentro no pueden. Algunos nunca salen. Otros si. Mi abuelo murió ahora hace dos años. Aunque no murió exactamente, terminó de morirse. Mi abuelo moría de joven, y de viejo también iba muriendo. Fue una muerte progresiva y lenta. Sobre todo una muerte lenta como la de los elefantes. Los elefantes mueren lentamente y solos. Mi abuelo también murió solo, aunque me apretara la mano tres veces, y me dijera adiós con los ojos y dejara de respirar fuerte sin más. Los elefantes tienen mucha memoria, por eso sufren tanto. Se apartan del resto de la manada y se van a morir solos. Se apartan cuando van sintiendo la muerte. No quieren, pienso, una muerte escandalosa. El escandalo es las lágrimas de los otros. Y la ausencia, supongo. No hay ausencia sin presencia. O al revés. Se van desviando discretamente. Son grandes pero discretos. No. Son grandes y discretos. Una vez solos, van dejándose morir. La muerte está empezada y escondida, puede que providencialmente. Esto no es seguro. Los otros elefantes vuelven y rastrean más tarde. Remueven la tierra con la trompa y las pezuñas. Tienen una gran trompa y unas grandes pezuñas. También tienen grandes orejas. No se si con las orejas o con la trompa pero los encuentran, Entonces los gusanos respiran, y lo hacen por la piel. Se llama respiración cutánea. Los gusanos son,  o eran larvas. Hay larvas que serán gusanos. Hay otras larvas que serán mariposas. La larva siempre, parece ser, es el principio. Aunque las larvas de mosca empiezan por el final. El elefante africano cree que nadie lo ve cuando se desvía, presupone miradas perdidas. Otras características de los elefantes son la piel rugosa y reticulada, los colmillos de marfil y una percepción auditiva asombrosa. Hay muchos tipos de elefantes. Ninguno de ellos con buena visión. Tienen miedo a los ratones. Los elefantes son paquidermos enormes que temen a los ratones. Los ratones son rápidos, pillos y escurridizos. Los elefantes son lentos y pesados. Yo creo que ven mal a los ratones y por eso se asustan. Los ratones, además, siempre se esconden. Son las larvas de mosca las que se comen a los cadáveres. Existen también larvas de camarón y de renacuajo. Las larvas tienen su nicho ecológico en…una edad…prematura. No son adolescentes. Son jóvenes prometedoras, para bien o para mal. Se habla de cementerio de elefantes. Solo ellas pueden reconocerlos. Hay elefantes más solitarios que otros. Un elefante es tan grande que puede confundirse con varios elefantes. En mi opinión, un elefante siempre será un elefante. Mi abuelo no estaba gordo aunque era grande. Impresionaba verlo allí, acurrucado y con el pijama. Él creía que nadie lo había visto, pero yo no soy otro elefante. Buscó un escondite para la muerte y lo encontró, lástimas que se reflejaran sus escuálidas canillas blancas en el espejo frente a la escalera. Vi como subía, semidesnudo y tembloroso. Arrapando con la respiración las paredes laterales. Pude oír todo; una tos ahogada con torpe disimulo, sus pasos lentos y pesados. Mi abuelo quería discreción, como los elefantes. Intuyó el instante definitivo y se apoltronó en una esquina. Esperaba. Lo hallé nervioso y sorprendido y contento. Contento de que le sorprendiera. Me senté rápidamente a su lado. La luz de la luna dejaba entrever su silueta contraída, tensionada, en el último intento inconsciente de su cuerpo de aferrarse a la vida. Le cogí la mano y noté sus dedos fríos, la piel rugosa y reticulada, como el papel de aluminio gastado. No hablé. No pensaba hacerlo. Simplemente me decidí a esperar, junto a él, la señal de sus ojos enfermos. Yo calculé cuarenta minutos, pero pudieron ser más. Fueron tres espasmos, tres enérgicos coletazos que desembocaron en mi mano apretujada. Clavó sus ojos en los mios. Yo le correspondí con una mirada triste de despedida, ya luego le dije adiós a mi manera, lloré un poco para adentro y lo coloqué en mi cama estirado antes de que la rigidez de la muerte hiciera imposible cualquier torsión. Viéndolo allí, tumbado, impasible y casi feliz, me alegré infinitamente de que al fin hubiera terminado de morirse. La historia de su entierro es harina de otro costal.






*

Todo era o había sido mucho más complejo de lo que ningún miembro de la familia se hubiera podido imaginar. Ni siquiera después de la confesión que Leonilda le hizo a su nieto, en razón de ciertas cartas que el abuelo había escrito cuando la guerra, a éste le dio por pensar en dobleces y complicaciones retorcidas fruto de historias enterradas en un pasado, más bien, prehistórico. También se daba por hecho que Leonilda, Leo para   conciudadanos, familiares y lectores, con ciento tres años a las costillas se podía permitir algunas licencias a la hora de trabajar la memoria, confundiendo, y más, remezclando, como una batidora que todo lo conmuta, fechas con nombre, lugares con personas.
Había, si, historias dentro de la Historia; tramas y subtramas que se ramificaban desde el centro mismo del argumento principal de la vida de Leo. Y todo este ramaje que se diversifica como los afluentes de un río demasiado caudaloso, quedaba o había quedado sellado, y por esta misma razón, oculto, desde el momento en que la propia Leo y su marido, Juan Fernández, así lo había convenido y predispuesto en pacto de tácita connivencia. En palabras de Leo “por motivos de sólida coyuntura que protegían a la familia de penas, adioses y demás demonios de la tristeza”. Juan más práctico simplemente aclaraba que “mirar hacia atrás poco bien nos iba hacer, pues al ayer no hay quien mano le meta”. Despejando así  y de un plumazo, cualquier duda o interdicto.
Aunque todo este agujero negro en la memoria de los conyugues, en el que ambos casaban por omisión, fue gestionado de manera diferente, por cada uno de los lados. De una parte, la varonil, el pragmatismo y un férreo silencio autoimpuesto, habían ido sedimentando poco a poco las capas de esta memoria polarizada, en constante ebullición, las burbujas y arremetidas que llegaban desde las cavernas oscuras de lo latente en un interregno recóndito de la psique humana. Oleadas de un material impreciso que se va difuminando con el paso de los años y que convierte al pasado en un espectro de múltiples lecturas de lo posible, y por obturación y geometría gaseada del espacio, de lo improbable perecedero.
Tanto es así, que al final Juan procedió por vía rápida y eligió fijarse una historia para si mismo y su esposa, ahuyentando de este modo  las más que probables interpretaciones y  buceos irreverentes de los pseudo revisionistas que florecen en los pueblos cuando un recién llegado aterriza si más.  Se consignó por tanto una biografía oficial [más bien oficiosa] y todo lo demás quedó suspendido en un silencio impertérrito con una función claramente negativa; al silenciar los hechos, se negaban, esto es, se desconocían y se trasladaban a la región procelosa que tienta al olvido. Dejaba, por decirlo más agrestemente, el pasado en barbecho y  se proponía, con tal negligencia voluntaria, el cultivo de una nueva vida. De razón es, que lo consiguió.
De la otra parte, la femenil, todo se desarrolló de manera diferente. Leo mucho menos práctica, desatendió los consejos de su marido, quizás simplemente por una cuestión de incompatibilidad de caracteres. Nostálgica y reflexiva desde el día dos de su nacimiento, en el que se empeñó en añorar el primero. Obstinada y terca con el recuerdo, gustaba de manosearlo, alternar el plano y la perspectiva del encuadre, enrocarse tantas veces como le permitiera su imaginación, lo que es decir siempre. Volaba y volaba de niña aun a cuentas de las mayores estrecheces, como suele ocurrir en  niños, y adultos, cuando lo que ven los  ojos revierte el sueño sin parapetos de la imaginación.
La realidad, ha de constar esto, siempre le importó tres pepinos, al menos hasta su primer matrimonio, y diría más, hasta el nacimiento de su primera hija y su posterior desaparición. Después le fue cambiando la mirada de las cosas, aprendió a sonreír para afuera y a llorar para adentro, dos gestos o acciones que contravienen e imposibilitan, el impulso, extensivamente humano, de sollozar siempre y únicamente para afuera. Así se fue educando en la mentira, arma que los sociópatas y los dictadores presentan  como mejor ardid para la supervivencia. Enmascarada y complacida hasta el tuétano, se fue inventando un futuro para los demás, en donde tenía cabida Juan Fernández, a quién también aprendió a querer.
Al principio, después de acordar con su marido las cláusulas del nuevo contrato por el que ambos convenían en enterrar los pasados, y después incluso, del giro que dio sus vidas, con el traslado a la pequeña población de M. y la adaptación, siempre difícil, a un  nuevo entorno un tanto renuente con la llegada  imprevista de extraños, Leo accedió a dejarse llevar ( y esto significaba un centrar bien las atenciones)  apremiada por  las circunstancias que la obligaban a representar convenientemente  su papel de forastera.
Este dejarse ir, que no es sino ser en la medida que el otro espera que seas,  como es lógico,  implicaba numerosos detalles a tener en cuenta que no podían obviarse ; sonrisas rápidas y anchas , gestos de sospechosa amabilidad, conversaciones esporádicas, subcatalogadas como de circunstancias, en donde era recomendable un dominio excelso de la ficción del yo, ya que el interrogatorio que antecedía a la progresiva y lenta  integración en el espacio de la comunidad podía llegar a convertirse en un sumarísimo juicio de investigación al prójimo, al invasor, al nuevo, al que llega, fuere este quien fuere. Así se les hizo necesario, tanto a Leo como a Juan, cotejar datos y fechas, equilibrar la información para mejor presentarla.
Y todavía más, tuvieron que ampliar sus conocimientos en materia de cultura rural española, pues al llegar de la Gran Ciudad desconocían negocios tan importantes como el  periodo de siembras y recolectas, clases de  vientos, lluvias y granizadas, pastorales, plegarias y santos regionales, quién el médico, quién el cura, quién el maestro, quién es el chivato, quién el que calla y otorga y sabe, quién el subalterno frustrado, el envidioso, el artista, el charlatán, el cacique y demás categorías de tipos que poblaban esa distopia, ese cronotopo funesto llamado España a mediados de los años cuarenta.
Transcurrido el periodo de la adaptación, a su nueva vida, a su nuevo esposo, al nuevo lugar, en donde apenas le dio en echar la vista atrás, Leonilda fue volviendo poco a poco a su estado natural, sui generis, el de romántica rêveuse que volatiliza la realidad para  fermentar una nueva en algún estadio paralelo ilocalizable de su mente. Era allí, en aquel rinconcito, en ese microcosmos cerebral de paradero desconocido, donde iba guardando Leo, la información codificada de su pasado, como empleándose en cuidar un archivo personal de datos, tal coleccionista escrupuloso que emplea la pasión secreta de su vida en el pulcro ejercicio de su colección.
Leonilda tenía y no tenía todo los datos catalogados. Esto significa que no tenia ningún inconveniente en reconocer  todos los avatares de su vida pasada como propios, es decir, no se negaba a si misma como a veces solía hacer su marido Juan Fernández. Sin embargo, acostumbrada como estaba  a reinventarse constantemente, había ido alejándose poco a poco, de lo que comúnmente damos en llamar, la esencia de uno mismo; delectación  metafísica, que Leo reconocía  como  “lujo que todavía no se  había  podido permitir”.
            Si era soñadora de raíz, de gen, de placenta, lo era tan silenciosamente que nadie hubiera podido jamás advertirlo. Al haber  mecanizado tanto su sonrisa y su lenguaje corporal, Leo trasladaba una imagen de mujer risueña y despreocupada, fácil e intrascendente. Y era, claro,  todas estas cosas, más otras tantas guardadas en  íntimo y hondo secreto.
            De ahí que en sus últimos años, en los que vivía con su nieto C., pasado un tiempo   ya de la muerte de su marido, el incorregible Juan Fernández, Leo siguiera camuflándose en su sonrisa imborrable, en la amenaza de un sueño largo y pesado,  y en el ejercicio fatuo de unas sopas de letras cuyo único transfondo, por cierto, era el de encubrir la escritura compulsiva de ciertas cartas.
            Y si en esa mañana de agosto, un año antes de su muerte, vistiendo un camisón rosa con bordados en el pecho, apoyada en el marco de la puerta, le había comunicado a su nieto C. de forma sorprendente que guardaba unas cartas del abuelo de cuando la guerra, era porque Leo, a sus 103 años, había logrado hacer cumbre, la del paroxismo de su locura, habiendo  traspapelado, definitiva  e irreversiblemente,  todo el archivo de su cerebro.
Después de representar todos los papeles, después de haber sido tantas, y tan a la vez, Leonilda debió pensar que habia llegado ya  la hora de hacer un alto en el camino. Loca e insensata, tarde y malviviendo, la parada se hacia un encuentro insoslayable, una reunión privada consigo misma que hacía mucho tiempo que postergaba. El lujo tan esperado, ese que nunca antes se había podido permitir, se lo brindó Leo  a los 102 años, cuando en deliro constitutivo a los ojos de los demás, empezó a comunicarles   los parámetros enredados de su vida.
 Leonilda Arce Dávalos no era Leonilda Arce Dávalos, que estaban todos equivocados, sus dos hijos, sus cinco nietos, todos. Que tampoco era Candela Dranganda Frade como lo había sido en una época, ni Conchín Estrada, sino Macarena Archimbaud Froiz. Maca, como la llamaban de pequeña. Que ella, Leo, no era catalana, por eso no hablaba el catalán. El catalán era Juan, que no se llamaba Juan, ni Antoni, sino Biel de Gabriel. Que ella  había nacido en Hondarribia, y por eso era vasca y allí pasó su infancia junto a su padre, pues su madre murió en el parto, su parto. Que su padre también murió pronto, cuando ella tenía 12 años, con mucho hastío en el cuerpo y bastante veneno, también en el cuerpo. Que en su opinión Baroja, don Pío, a quien su padre frecuentaba a menudo, fue el que le metió el gusano de la tristeza, y que por eso se suicidó, tratando de emular a Andrés Hurtado. Que entonces, con su padre y su madre en el Huerto del Señor, sus tíos se la llevaron a Barcelona a trabajar en una imprenta de secretaria, y que fue allí donde aprendió a mecanografiar y que por eso sabe utilizar los ordenadores, más finos y ligeros, decía,  que las máquinas de entonces. Que fue en Barcelona donde conoció al Artur, su primer y último amor, y allí fue donde lo perdió o lo vio por última vez irse a la guerra. Que en Barcelona tuvo también a su primera hija, y de la estación de Barcelona, Sants, la vio alejarse asomada a la ventanilla del tren llorando como una magdalena rumbo a la colonia infantil de Dijon, Francia.  Que a Linda, su hija, ya no la volvió a ver más y  que eso no se hace a una madre. Que lo primero que pensó y ha pensado siempre, es que como ella había asesinado a la suya en el parto, Dios le robó a la Linda, conmutando vida por vida, madre por hija. Que lo justo hubiera sido que ella hubiese muerto en el alumbramiento con su madre, que así todo habría acabado y  su padre su hubiera suicidado igual. Que nadie merecía perder a su amor y su hija tan al principio. Ella tampoco. Que luego conoció al Biel, y se portó como un ángel. Que era muy bueno y le prestaba mucha atención, y que no era cobarde, como algunos decían. Que era bien listo, y por eso no había querido ir a la guerra, no como el Artur, bravucón y muerto, otro poeta, decía, como su padre. Que el Biel no era tan lírico y eso le gustaba. Que  la vida se gobierna en prosa porque los sueños te llevan a un pelotón de fusilamiento. Que los sueños son mudos y sirven para entretenerse cuando no se tiene nada que hacer. Que si, que la vida no está hecha para soñadores, que quien el fuego busca, si no se abrasa, se chamusca, y eso le pasaba al Artur que se andaba chamuscando a toda hora, hasta que lo hicieron ceniza para tapar los cagallones. Y el Biel hablaba poco y sabía mucho. Que por eso, porque el Biel era silencioso y espabilado, habían podido ir escapando de una tras otra. Y qué si hacían cosas malas, si las hicieron, era porque no quería perder a otra hija, que  con una ya era suficiente. Que por eso tuvo que ser Candela y Conchin, y Leonilda, al final, pero que ella era Macarena, Maca como de pequeña. Y que le escribió muchas cartas a la Linda. Que todavía le escribe. Que no las envía, pero que seguro que la Linda las ha leído. Que la Linda ya no será tan pequeña. Y que seguro que es muy guapa. Que fíjate, que tiene tres hermanos y no lo sabe. Que ha visto sus dibujos por Internet. Que están en los Estados Unidos de la misma América. Qué se ve que los cuáqueros los recogieron, los dibujos,  y ayudaban también a los niños de las colonias. Que, ya ves,  los americanos no son todos malos. Y que ella tampoco es tonta, aunque se lo haga. Que lo mejor es parecer tonto o tonta. Que sabe que en Internet no se encuentra todo, pero que casi. Y que si, que también sabe que no hay e final en la palabra Internet. Y que el Biel sin decir ni mu se había muerto el pobre, todo por no molestar, o por no hablar, porque, al fin y al cabo, nunca hablábamos nada, como si no nos conociéramos el Biel y yo…
La iban dejando vaciarse así de esta manera. A través de la palabra, Leonilda se iba verificando  si misma como tratando de recuperar su identidad a partir de un molde narrativo, el de su propia y verdadera historia. No era  importante ya que la creyesen, no obstante, nadie la creía, sino que ella pudiera reconocerse ahí, en ese pretérito fabricado por    su imaginación y su memoria a partes iguales.
Leonilda no mentía. Esta vez no. Simplemente presentaba la verdad de la manera en la que se presentan los hechos cuando los desgasta el paso tiempo; unas  veces con jirones, otras con elipsis involuntarias o con  saltos e  incongruencias en el argumento. Las  contradicciones de tipo formal que la ficción debe ir  resolviendo cuando se cuela como una dama emperifollada en el laberinto de un relato.   El médico, sin embargo, parecía tenerlo claro; se trataba según él, de un trastorno disociativo de la identidad dentro de un cuadro de trastorno neurótico en donde la  personalidad de Leo se había llegado a  tri-polarizar. Se conocían casos. Había antecedentes. Es frecuente que la gente de la “tercera edad” altere, mezcle y confunda los datos de las dos primeras edades… Hay casos mucho más alarmantes… La vejez es implacable…Son muchos años… La memoria no resiste el paso del tiempo…Y  la soledad, ya saben ustedes, te cuadra frente al  demonio si es necesario…Luego, según el doctor, había aditamentos, remates sin importancia que se presentaban por añadidura, algunos complejos y sentimientos de culpabilidad mal curados; trato descuidado con  hijos y nietos, frustración por no haber sido capaz de concebir progenie femenina. Nada que pudiera escapar a un dictamen  clínico fácilmente recurrido y de ámbito general, el  de los longevos ancianos, que privados ya, de sus facultades mentales, en condiciones plenas, de libertad y desatino, empiezan por  discurrir, con melancólico gusto e inexcusable fantasía, a  lo libre y ancho  por el amplio mapa de la imaginación y la memoria, distorsionando, con probada indeliberación, la realidad, siempre una y bien presente ante nuestros ojos. Tomen, daba por concluir el doctor, el caso de nuestro ilustre Alonso Quijano, y verán como no son infundadas mis teorías, pues estamos, me atrevería a decir, ante una dolencia constitutivamente nacional, y si desbarramos más pronto o más tarde, antes o después, es una cuestión de carácter tan puramente azaroso como incontrolable.
 Leonilda escuchaba como atentamente para luego proseguir en los suyo y apuntar: que no hablamos mucho el Biel y yo, pero es que él no conoció  a la Linda. Si no hubieran fusilado al Artur todo habría cambiado. Las guerras solo sirven para matar a los que son  jóvenes y hacer rabiar a los que somos viejos. El Biel se murió solo y en silencio. Y yo durmiendo como el aljez. La madre del Artur también sufrió la pobre, y la mía, a la que yo asesiné. Mi padre fue un cobarde, como el padre del Artur, el Artur y el padre del Biel. Todos los hombres son unos cobardes, prefieren que se les recuerde a tener que lidiar con el toro. Y nosotras a llorar. Ni una lágrima me queda a mí de secas que las tengo. Malditos gallinas. Qué habrá sido de la Linda con esos ojos grandes como planetas, y del Artur, qué habrá sido del Artur, fusilado y extraviado en la tierra…
Y hubiera continuado Leo mucho tiempo así, procurándonos  un flash back que llegaba con la fuerza de una avalancha de nieve, arrastrando todo cuanto queda a su paso, material orgánico e inorgánico. Una retrospectiva a la que le iba venciendo el peso de su propia gravedad, proporcionando en cada embestida una mayor profusión de datos que llegaban descatalogados, en dispersa organización, que se conectaban, si, pero no sin recurrir a un laborioso encaje de bolillos, donde la meticulosidad se hacia  un imperativo para poder hilvanar algo que se pareciera a una historia, y mucho más que eso, para poder fabricar algo parecido a la verdad.
Y lo único que se atrevió a  pedir Leonilda cuando el fundido negro amenazaba con presentarse. La única petición que hizo la centenaria delicadamente disimulada con su camisón rosa de  flores en el pecho, ya postrada y decrépita en al cama,  fue que en la tumba, en el mármol negro que guardaría su muerte, apareciera su nombre de pila, Macarena Archimbaud Froiz, y a poder ser estos versos del Artur, que casi no entendía pero que él solía repetir muy a menudo:
Quiero rellenar mis guantes de boxeo
 con rizos de mujer.
Y es que Leonilda, quiero decir,  Macarena, habría  preferido  para ornamentar su lápida en esta última voluntad estética que resuelve el epitafio,  la petición intrascendente y alegre de un poeta boxeador, a estos otros versos de mayor hondura, que también el Artur  frecuentaba cuando se embebía en la contemplación:
Esta noche… ¿Qué error cometo,
 que con tanta tristeza,
todo me parece hermoso?
Huyendo de la gravedad, pensaba Macarena, Maca como de pequeña, que podría subir antes al cielo. Triste y hermoso el   desengaño.[1]
                                                          







II
























                               -Memoria {a}histórica-

1

Sería uno o dos días antes de su muerte cuando  mi abuelo me anunció que quería legarme tres de las cosas que para él más importancia habían tenido en su vida. Me dejó su navaja de rayas blancas y negras, unos peuques de lana y un reloj de bolsillo plateado con sus iniciales grabadas. Luego me pidió que apuntara bien la hora exacta en que moría. Mi abuelo estaba absolutamente convencido de que con él nos íbamos todos. Para él la muerte era el olvido. Cuando alguien moría, lo único que estaba haciendo era olvidarlo todo de repente. Sin más. La mayor felicidad. Un alivio, decía, igual que puede serlo  ir al wáter después de un apretón.
2

Mi abuelo tuvo que arrastrar durante sus diez últimos años de vida una bombona de oxígeno parecida a un extintor, pero de color cobre. De las múltiples enfermedades que lo acorralaron, para él la insuficiencia respiratoria era la peor de todas. El cáncer, las hernias, el Parkinson, decía con ironía, son caprichos que se toma el cuerpo, lo que en argot político llaman daños colaterales. Pero hijo, me decía siempre  mi abuelo en  tono paternal, que nunca te falte el aire. En el fondo pienso que  es como no haber salido nunca de las trincheras y de los túneles que cavábamos para hacernos invisibles a los nacionales. A veces me pregunto, si no sigo todavía allí.
3

Le dijimos muchas, muchísimas veces que Franco ya había muerto y él nos decía que no, que estábamos equivocados. Moriremos juntos, afirmaba, como dos enemigos que se disparan a la vez después de un encuentro sorpresa. Hasta que llegó ese momento, parecía como si mi abuelo  hubiese  decidido pasar  los últimos años de su vida con la vista puesta en el gatillo. Realmente, no quería fallar.
4

La memoria es un consuelo y una autentica tortura. No hay peor dolor que el que se recuerda, por ello el sufrimiento debe ser algo así como un suvenir chapado en la puerta de una nevera. De ahí que al abrir esta y sacar un bote transparente de garbanzos con agua, a mi abuelo se le daba por ahogarse un poco más, si cabe. No pasa nada. Nos hacia un gesto rodado con la mano para que aumentáramos la presión del aire de la bombona y  todo quedaba controlado.
5

Él,verdaderamente, no  imaginaba que al recoger los garbanzos del suelo, estos vendrían mezclados con tierra. Tampoco que en entre  el terruño blando podría aparecer  algunos gusanos. Bueno, dije  que no lo imaginaba. Corrijo. Si lo imaginó. Ocurre que tenía mucha hambre, y para aquel entonces ya lo habían herido un par de veces. Por si fuera poco, el teniente Cedilla, al tirárselos a los pies, no le comunicó que estaban por cocinar, y que tuviera cuidado, por ello, con alguno de sus molares. Definitivamente, pienso que debe ser algo parecido a masticar pasas y quicos a la vez. Aunque yo ignoro cuál es el sabor de los gusanos.  Pero creo que mi abuelo lo recuerda.

6

Recuerdo una conversación que tuve con mi abuela una vez muerto mi abuelo. Ella me explicaba acerca de sus más íntimos confidentes nocturnos. Después de recitar de memoria y de principio a fin,  ríos, mares y accidentes geográficos de la península, repasaba sus intervenciones en una comedia dramática en verso  que se llamaba “Un alto en el camino”, obra que había representado cuando integraba las juventudes falangistas por los inicios de los 40. Después del ejercicio nemotécnico empezaba, sin tregua,  el repertorio de sus plegarias. Normalmente, me decía, a Santa María le dedico el primer rezo, ella es la Madre de todos. Luego viene la Santa Cruz, por ser la patrona del pueblo, Santa Cecilia, por la banda de música y finalmente San Antonio, que siempre me ayuda a encontrar lo que pierdo en descuidos de viejita. Ya si tengo tiempo me encaro con tu abuelo, aunque a veces, se sinceró mi abuela, reconozco que el sueño me vence y quedo derretida, con el santo en la boca, mucho antes de llegar a él…

7

Mi abuelo, en esas tardes de arte y entretenimiento en las que mi abuela hacía de Ines , la señorita del pueblo en la obra del Pastor Poeta,  andaba por Larache entretenido de distinto modo en un campo de trabajos forzados, cavando zanjas para plantar palmeras. Había sido declarado, después de tres años de guerra, desafecto al régimen. No se si llegaron a saber de sus respectivos pasatiempos.


8

Un tiempo después le entregué a mi abuela la obra de teatro Un alto en el camino, la pude  encontrar en la web en formato pdf. Al tenerla sobre sus rodillas con todos sus diálogos materialmente impresos, presentes, ella se sintió un tanto extrañada. Un extrañamiento parecido al que nos sobreviene cuando tropezamos con un objeto  que dábamos ya por perdido. De hecho, mi abuela, no es que diera por perdida la comedia dramática del Pastor Poeta, simplemente la consideraba patrimonio exclusivo de su memoria, algo que como un recuerdo de infancia, la había acompañado durante toda su vida. Jamás supo de un libro que hubiera sido escrito por un escritor en un determinado momento. Para ella, Inés habría existido desde siempre, como Teresa la criada, Mimi el cupletista o Juan francisco el labrador acomodado. Igual que existirían desde siempre santa Cecilia, la santa Cruz o San Antonio de Padua.  Verdaderamente, el semblante de mi abuela, al pasar las hojas DINA4 y comprobar la realidad de los diálogos, parecía el de alguien congraciada por el Divino.

9

Pasaron dos semanas hasta que quiso saber a las claras de dónde la había sacado. Yo traté explicarle, no sin ciertas dosis de didactismo, la maquinaria de Internet. Le hablé  de una Enciclopedia (memoria) Universal, un fondo de archivos infinito en donde todo era consultable. Ella se puso muy nerviosa. Mi sensibilidad me estaba fallando una vez más. No supe de su crisis de fe hasta pasados dos meses, cuando mi tío al encontrarse con que había imágenes rotas  de San Antonio de Padua por toda la casa, me preguntó si había ocurrido algo extraordinario. Mi abuela tuvo que ser ingresada en el hospital  sin llegar  a establecerse  un diagnostico  contundente.  Para los médicos era el tiempo, siempre inexorable. Para mi la desilusión, con mayor dificultad de tratamiento.

10

Cada vez que se habla en mi familia del destino de mi abuela me vienen a la mente la serie de proyectos diseñados por Isidoro Valcárcel denominada Arquitectura prematura, y que yo conocí gracias a la novela Nocilla de Agustin Fernández Mallo. En esta serie aparece una construcción destinada exclusivamente para suicidas, Torre para suicidas, en donde en palabras del creador “se cuenta con todas las dependencias necesarias para quien quiera acabar con su vida, sin las molestas reutilizaciones de monumentos, rascacielos, vías de ferrocarril, lagos, puentes y demás estructuras que ven alterada sensiblemente su consideración urbana por tales transformaciones de uso” “Así, continua Valcarcel, en estas torres se dispone de todo tipo de instalaciones necesarias para el suicidio, lo cual, junto con la segura proximidad de una calle, otorga al suicida un abanico suficiente de texturas y superficies sobre las que definir su destino”  Y no es por mi abuela que se me viene a la mente las ideas de Valcarcel. Pienso más en mi abuelo que quería morir a toda costa y no le dejamos. Hubiera necesitado ayuda el pobre.
11

Es por eso que pensando en la ayuda que hubiera necesitado mi abuelo para morir, se me vino a la cabeza la imagen de Tatsuhci con la vieja Orin a la espalda subiendo por la montaña en la estremecedora película de Sohei Inamura, la Balada de Narayama. Como es bien sabido, la acción transcurre en una pequeña aldea situada en un valle del Sur de Japón, donde es una costumbre arraigada que los ancianos, una vez cumplidos los 70, sean trasladados a la cumbre de la montaña Narayama por sus propios hijos con tal de que allí puedan pasar sus últimos días en soledad, convirtiéndose, por ello, en testigos lucidos de su propia muerte. La idea de cargar con mi abuelo a las espaldas, con plena consciencia del destino fatal  de su  viaje, me horrorizó hasta tal punto que me alegró no haberle ayudado a morir cuando con tanta insistencia me lo pedía. Pienso, ahora,  que cada uno debe ser responsable de su propia muerte. Al menos hasta que podamos ejercer la responsabilidad. Es una lástima que la vejez sea tan degradante, la verdad…

12

En todo caso, los geriátricos, pudieron ser concebidos en su día, como un proyecto más de la serie que Valcarcel denominó Arquitectura prematura,  una obra adelantada a su tiempo que la sociedad no estaba preparada para asumir, y que quizás sigue sin estarlo. Para algunas familias, las residencias de ancianos, son como el cementerio de Narayama, un lugar a donde acompañamos al anciano a morir. Igualmente, una muerte conceptualmente fria y aséptica, como una montaña nevada, como un adiós sin despedida, como un beso en el cristal frio de un coche.


13

Mi primera publicación llegó con el epitafio de mi abuelo. Una inscripción negra sobre el  fondo  trasparente de una placa de  metacrilato, acompañada por dos amapolas secas y un papelito que precisaba la hora exacta en la que éste había  fenecido.

14

No se cómo, pero la tinta sudaba por dentro y acabó corriéndose como se corre el rímel por la mejilla de una mujer cuando  llora. No tuvimos en cuenta el efecto aislante de la silicona Dow Corning 794s. No había transpiración.  Es normal que mi abuelo nos diera una aviso, lo hacía siempre que se quedaba sin aire. Restablecimos la composición e hicimos unos agujeritos en la placa de metacrilato para que no se volviera a repetir el incidente
15

Una vez mi abuela restablecida y de vuelta en casa, no hubo día en que no preguntara si tal o cual cosa la podíamos buscar en eso que llamáis vosotros   “internete”. Dejaba las agujas de hacer ganchillo debajo del cojín de su hamaca y rápidamente venia en busca del desafío. ¿No podrás mirar, me preguntaba, si por alguna de aquellas sabe el ordenador donde olvide los ganchos con la lana?  Me penó durante mucho tiempo haber sido el precursor legítimo de su apostasía. Verdaderamente, era un auténtico castigo.

16

Yo no hice sino transcribir las palabras de mi abuelo. Me comporté como un escriba. Había escuchado en numerosas ocasiones, sobre todo cuando los parches de morfina dejaban de hacer efecto, cómo en sus imprecaciones y desbordes  apuntaba directamente hacia lo más alto. Su ambición me conmovía. Qué reviente mi alma, repetía con frecuencia. No se en qué pensaba mi abuelo cuando pronunciaba este bisílabo. Lo que quedó claro es que intuyó que debía de haber algo que superaba las viles estrecheces del cuerpo, pues habiendo podido exigir la eclosión de éste, ya putrefacto e inservible ,  completamente secuestrado por la enfermedad, siguió encarándose, en contrapicado desafiante, con esta identidad inmaterial invisible. ID-IN-IN. Lo extraño del caso, es que mi abuelo era poco dado a entretenerse con espiritualidades. Se declaraba a menudo, confeso materialista, y con razón, afirmaba. Finalmente pienso que su epitafio describe bien el conflicto de su personalidad. Era un hombre con la ironía, siempre, a punto para servir. Me recordaba en algunas de sus alocuciones a Miguel Gila Cuesta, uno de los mejores escritores que ha dado la literatura española en su último siglo.

17

Dice Miguel Gila en Historia de mi vida: La cosa fue así. Yo tenía que nacer en invierno, pero como éramos pobres y no teníamos calefacción me espere para nacer en mayo. Es curioso que mi abuelo, abandonado por sus padres a los dos años, también vacilara sobre la fecha de su nacimiento. Estoy casi seguro, me repetía una y otra vez, que nací entre el 3 y el 13 de Marzo, ¿el año?  el 18 o del 19, eso ya no lo sé. Lo bueno, continuaba, es que celebro mi aniversario durante  10 días seguidos. Lo malo, es que cuento los años por centenas. Entiende pues, este aburrimiento mío de hombre pasado de edad.
18

Tardé tiempo en enterarme de ciertas equivalencias entre la vida de mi abuelo y la de Miguel Cuesta Gila. Por ejemplo una de ellas, que ambos pudieron haber venido al mundo durante el mismo año, y digo pudieron, porque el caso de mi abuelo todavía está envuelto en la confusión. De ser así, de haber nacido los dos en el 19, estaríamos hablando de coincidencias absolutamente sorprendentes, pues si dije que mi abuelo nació entre el 3 y el 13 de Marzo, hay un día, el 12 , en que probablemente los dos pudieron estar asomando la cabeza al unísono. Lástima que me falten  datos más precisos, como la hora y el peso. Lo que es seguro es la fecha de nacimiento de Miguel Gila, 12 de Marzo de 1919.
19

Otros paralelismos, todavía más inquietantes, son el hecho de que se alistarán ambos como voluntarios en el Quinto regimiento de Lister en Julio del 36, compartiendo por ello, temores de guerra  y algún que otro cigarrillo para liar. También supieron los dos de Miguel Hernández, el poeta. Mi abuelo me hablaba de él con profunda veneración y agradecimiento: mientras otros frecuentaban Congresos y especulaban con la palabra y la pluma, me decía mi abuelo, a Miguel no le importó conocer  cual era el silbido  de las balas y sin dudar se echó  el fusil al hombro. Creo recordar que se conocieron, según me comentó mi abuelo, durante el avance nocturno a Brunete, con la luna colgando del cielo como un quinqué en una habitación y el silencio premonitorio de la muerte, cuadratura perfecta para ponerse a escribir. Con todo, tengo entendido que la incursión fue un éxito. Razón de más, para acudir a la épica.
20

Pienso, a menudo, en los objetos que me legó mi abuelo; la navaja de rayas blancas y negras, los peuques de lana y el reloj plateado de bolsillo con sus iniciales grabadas. No soy muy dado a buscar significados ulteriores a las cosas. Aunque en este caso, sin saber porqué, no dejo de reflexionar en la vida que pudieron tener estos objetos, una vida íntimamente ligada a la de mi abuelo. Es cierto que a veces la historia de las cosas se confunde con la de las personas. Si verdaderamente somos  lo que pensamos, somos también entonces  un poco navajas, peuques y relojes. Pensar en algo es darle vida, personificar en fin,  o personalizar. Yo se que estos tres objetos, eran como extensiones de mi abuelo, prótesis añadidas a su cuerpo, otro objeto. Y también se, que al morir éste, murió con él, el pensamiento que los pensaba. Yo puedo evocarlos , adorarlos , tratar de recordarles una vida que ya no existe, como ejercicio fatuo de memori(a)histórica. Pero no, no es lo mismo.   Es por eso, que al abrir la navaja, compruebo que está sin afilar. Entiendo su tristeza. Como cualquier otra persona, ella también se ha abandonado. Siempre pasa cuando nos inunda una pena muy grande, que nos descuidamos un poco.

21

Según mis cálculos y tomando cómo única referencia exacta la hora de su muerte: 15:02 pm, mi abuelo vivió aprox. entre 786. 944 horas o  786.704 horas y dos minutos. Con una franja de tiempo variable de (+/-) 240 horas, dependiendo de si nació el 3 o el 13 o en  cualquiera de los días que median esa decena. Es decir ha podido vivir 240 horas más o 240 menos, o 226, 168, etc…A estos cálculos habría que restarles 8.760 horas si definitivamente el año en qué nació mi abuelo es el 19. La constante para medir los años es la de 365, sin contar irregularidades en alternancia. La de los meses,  30 días. Creo que era esto lo que quería mi abuelo cuando me pidió que anotará la hora exacta en la que dejaba de respirar. También pienso que aún con tanto “tiempo” de por medio, lo más importante para él fueron esos dos últimos minutos, y más, los últimos segundos. El mismo instante congelado en el que apretamos el gatillo de una pistola para acabar con la vida de alguien indeseable. Unos 0,0005 segundos,  tiempo que tarda la bala  en salir de un revolver calibre 38 m.m, con un cañón de 4 pulgadas.
22

Reflexionando un poco más sobre la cuestión, pensé que lo más sensato sería hacer recortes. De hecho pienso que toda vida debería contar en neto y que de nada sirven todas esas temporadas que pueden alcanzar meses, incluso años, en las que vivimos o, acaso, no vivimos, presos de pensamientos atormentados, recuerdos que nos torturan día y noche, pesadillas que se cuelan como gusanos informáticos, IWorm,  y se reproducen en el sistema operativo y van consumiendo toda nuestra energía, que bien mirado, es la que necesitamos para comer unos garbanzos bañados en salsa de tomate y cebolla  junto con el resto de la familia, sin tener que levantar la mano  para que alguien gire la rueda que aumenta la dosis de oxigeno de una bombona que se parece a un extintor de color cobre. Entonces, al formatear la historia de mi abuelo , me queda con que verdaderamente vivió entre 156. 224 horas y 155.984 horas y dos minutos, (+/-) 8.760 horas más o menos  del año misterioso. Suprimo los 72 años, esto, las 630.720 horas  en las que su memoria estuvo infectada por un malwre malintencionado. Exactamente, desde Julio del 36 año en el que empezó a fumar para tranquilizar los nervios en el estómago…
23

El alma no está como dice Descartes en la glándula pineal. Cuando ésta se te congele, empieza por abrigarte bien los pies. Los peuques de mi abuelo son de lana gorda, rayados, como la navaja. Esto me lo dijo un dia de invierno en el que me encontró en un rincón de mi habitación, llorando sin llorar, un poco triste para adentro,  como un caracol asustado y frágil. No se si la última decisión de entregarme sus peuques tiene algo que ver con este episodio de consuelo espiritual. Aunque  reconozco la trascendencia del hecho. Con los pies calientes uno sueña más y mejor. Y  sueña bien…

24

De repente me obsesiona ese instante en el que él deja de respirar. Ya no levanta la mano para que gire la rueda de  oxigeno de la bombona color cobre. Simplemente deja de respirar. En mis brazos, deja de respirar. Un instante. La muerte llega así, como un hipo. En mis brazos. Con los ojos abiertos, deja de respirar. Así llega la muerte. En un  instante. De repente. Como un hipo. Me obsesiona que la muerte venga tan de esta manera, y en mis brazos.





































III






























Francisco Franco Paulino Hermenegildo  

1

El pequeño Francisco Paulino Hermenegildo está sentado en el suelo blanco del portal  de su casa. Mantiene las piernas cruzadas, en postura yogui, y el torso erguido. Sostiene un pequeño submarino  en su mano derecha, lo más parecido a un buque de guerra de la clase italiana Laurenti. Juega con los torpedos y con una voz un tanto afeminada da órdenes a la tripulación para que los empiecen a lanzar. Parece tener claro que en alguna parte hay un enemigo, aunque desconoce el emplazamiento. Por si acaso, dispara en todas las direcciones. Apunten…Fuego… No necesita el agua del mar, un charquito le sirve de plataforma: De mayor, piensa, quiero ser marino y militar, como el capitán Churruca. Al acodarse de que éste también era un buen científico concluyó que él se dedicaría a la pintura en sus ratos libres. Eso es; un guerrero con vocación artística.

2
De ahí que  “El Cerillito” -así le llaman sus compañeros de clase- haya decidido abortar su campaña militar por un instante. A los placeres del cuerpo – matar lo es- le debe seguir un delicado cuidado del espíritu. Por ello, el esmirriado Francisco Paulino Hermenegildo presta ahora su atención al dibujo que una educada fila de hormigas va trazando en el suelo. ¡Qué bonita imagen, piensa Cerillito, tal servidumbre, una tras otra, como buenos soldados dispuestos en la línea del frente! Aunque íntimamente no se siente conmovido del todo; caprichos de artista incipiente…

_ _ - _ _ _ _  _ _ _ _ _ _- _ _ _ _ _ _ _ _ _ _- _ _ _
3

Sigue mirando, concentrado en la perfectibilidad de la composición. Hay algo que no…esas tres tránsfugas…desagradecidas. Esto hay que arreglarlo, se dice.  Cambiando de posición, apoya su rodilla izquierda en el suelo y con una de sus manos las apartas definitivamente del grupo. Sí, definitivamente. Pensando en las hormigas como en  la exclamación de un grito angustiado, tenemos esto (recuerden,  el suelo era blanco):

   ¡   ¡     ¡

4

Ahora si, pequeñito y sonriente, ya de pie, se limpia el dedo en la falda de la camiseta, al tiempo su voz atiplada contesta al llamamiento de su madre: ya voy mamá. El estofado de carne espera en  la mesa. Para crecer, hay que comer, le espeta  la progenitora. Silogismo de probada dudosidad que el tiempo se va a encargar de burlar. La mamá lo recibe sin abrazo, sin mimo, sin carantoña. Francisco Paulino  escala entonces  la silla y pincha con rabia la carne, cualquiera diría que ha atravesado a un hombre.
5

A veces se queda mirándola con cara de ángel querubín. Otras veces, simplemente la espía mientras ella, confiada, ha dejado la puerta del baño entreabierta y se está dando una ducha de agua caliente. Él mira al espejo buscando el rebote de enfrente. Logra distinguir, detrás del vaho del cristal y la transparencia parcial de las cortinas, la configuración de una silueta, el circuito difuminado de un cuerpo. Después llegan los dos escalofríos, los dos de orden ascendente. Empalmado y arrepentido, jura por toda su colección de cómics Marvel, que no volverá a caer en la tentación. De paso, para que no queden dudas, introduce la uña de su índice derecho entre la uña y la carne del gordo izquierdo. Aprieta fuerte. Nota y quiere el dolor. Mientras, ella,  que  sigue con los ojos cerrados y el cuello en repunte,  ajena a miradas y espionajes de espejos malignos, húmeda, por dentro y por fuera, manipula también con uno de sus dedos un emplazamiento menos doloroso. Sólo cuando acaba de masturbarse decide llamar al pequeño Francisco Paulino, que sigue ya, en su ordenador fijo de mesa,   las órdenes del capitán Price en Call of Duty 4.




6

Algunas personas van construyendo su identidad a medida que operan en universos paralelos. De hecho, todos, en cierta forma, nos hemos ido inventando a partir de esas incursiones, unas veces esporádicas, otras no tanto, en mundos o en sociedades virtuales. El  mapa referencial  siempre es el mismo: explosión  de la imaginación, esclerotizada por la realidad. Cambio de contexto: espacio, tiempo, acción. Introducción progresiva en las nuevas condiciones. Identificación parcial con algunos de los  elementos que completan ese contexto, normalmente las personas que lo habitan, o bien el desarrollo indeterminado de un periodo mítico de la historia, o porqué no, un modelo de valores ejemplarizante de una sociedad representativa. Si la fuerza atractiva, motivo y razón del trasvase, proviene del realce de  un arquetipo humano, la primera reacción es la de imitar al sujeto enaltecido, no importan tanto   las dimensiones morales, físicas o espirituales de dicho sujeto, sino también el contexto en el que el mismo es admirado. Hay que tener en cuenta, a su vez, las diferentes tipológicas de héroes que pueden existir, y más co-existir en un tiempo y espacio  equivalente.  No podemos olvidar tampoco  el medio que intercede, el canal que  nos acerca al prototipo y nos brinda la oportunidad de reconocerlo como tal, sea este  la literatura y el cine, con sus variantes, el cómic y la televisión o finalmente,  la historia mítica. Por último, hay que saber y esto es importante, que el tipo nunca llegará a alcanzar al arquetipo. […] Luego están los alumbrados, los visionarios o los místicos, y el antihéroe, mucho más accesible, exégesis pagana y negativa de los valores que identifican cualquier gesto inserto en el catálogo respetable de las empresas heroicas: W. H. Bush, versión truncada del Capitán América. F. P. H Franco, plagio anticipado y paródico de Superlopez, a su vez parodia de Superman. Parodia, por tanto, de una parodia. Parodia de  grado 2. Parodia elevada al cuadrado. Bi-llanos
                                                                                                          Héroes y antihéroes

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Él es consciente desde el principio de la seriedad de la misión para la cual ha sido entrenado.  No hay margen para el error cuando eres un infiltrado en filas enemigas. Ningún movimiento, ningún gesto en vano, nada que pueda arriesgar la vida del 22 regimiento de la SAS. Simplemente llegar al estrecho de Bering, infiltrarse en el carguero y encontrar el dispositivo nuclear. Atender bien  a las órdenes del Price y el sargento Gaz. Todavía eres  un novato John Soap McTavish, todavía tienes mucho que aprender. LOADING…

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Misión cumplida, Soap McTavish, es importante ahora atender a las nuevas instrucciones.  Los ultranacionalistas, han capturado a Nilolai, nuestro informante infiltrado de las SAS que  conocía las acciones de Zakhaev. Como ya sabes éste volvió a instaurar el régimen democrático en la región hace unos años. Una parte del ejército pro-comunista todavía le apoya, pero nosotros contamos con la Verdad, el aliado más poderoso. Disponen de armamento nuclear. Hay que andarse con cuidado. Repito que son comunistas sargento McTavish, ¿sabe usted lo que eso significa? Atacaremos la región por diversos flancos. Usted entrará por el sur, con el pelotón del teniente Vásquez. Que Dios les proteja a los dos. Él bendice esta causa. LOADING…

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Todas las noches se asemejan unas a otras como los chinos comunistas que a veces despacha durante la tarde con el rifle Barret.50. La secuencia de los acontecimientos siempre es la misma. Después de cenar se encierra en su habitación para seguir jugando un rato más al Call of duty 4. Cuando se le empieza a nublar la vista, y su fe pierde intensidad,  coloca los mandos encima de una columna de cómics que hay en una de las esquinas del escritorio, luego aparta a un lado el teclado, saca un folio usado del cajón y sigue perfeccionando el retrato de una chica de su clase, de la cual cree estar enamorado. Cualquier detalle es importante en la confección del dibujo, el grosor del labio inferior, la cantidad de filamentos en el cabello, la curvatura de la nariz. En lo sucesivo escucha cómo su padre acaba de llegar a casa por la intensidad de un portazo, el ruido de alguna que otra voz exaltada que llega desde el comedor, los pasos de su padre por el pasillo hasta que dobla en la cocina y comienza a hurgar en los armarios. Luego, como una meada,  el sonido del whisky, el hielo que crepita  y el alivio de un suspiro. Otra vez los pasos por el pasillo, el cloqueo de los cubitos  en plena disolución liquida, una mano en la empuñadura de la puerta de su habitación y finalmente, el plano general desde el que contempla, ya haciéndose el dormido, la figura negra y estilizada de su padre sobre  fondo amarillo. Algunas veces se hace pis en la cama mientras resiste esa  mirada, pero no siempre. Cuando no es así, cuando logra contener el terror en la vejiga, no tarda en agradecérselo al capitán Price o al sargento Gaz, con quienes se siente bien protegido. Antes de dormir, reza un padre nuestro y dos aves María.

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Nunca supo por qué su padre llegaba todos los días bebido a casa. Hay cosas, igual para los niños que para los mayores, que sabemos tan íntimamente que mejor preferimos ignorarlas. Francisco Paulino simplemente no quería preguntar, de esta manera, y solo de esta, no obtendría respuestas. Fue para prevenirse de ese silencio tácito que habían parecido  firmar todas las partes, que empezó a hacer incursiones en mundos paralelos, en realidades virtuales de mayor consistencia emocional para el pequeño. Así, primero los cómics, después los videojuegos, fueron suplantando la figura ideal de su padre, que terminó convirtiéndose en un desconocido que a veces proponía visitas sorprendentes al circo, al futbol,  cuando no al cine a ver una película ñoña de Walt Disney. El resto de información acerca de la figura paterna , quedaba concentrada en la silueta negra y alcoholizada que cada noche abría la puerta de su habitación y  permanecía allí de pie, junto a su póster de Batman,  respirando de manera exagerada,  como una bestia que apareciera con la furia atravesada en la garganta.


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Si uno pone en fila títulos como Matrix (1999) de los hermanos Wachowski; Los sustitutos (2009), de Jonathan Mostow, y Avatar (2009) de James Cameron, puede intuir que el gran tema rector de las fantasías más influyentes de la cultura popular orbitan sobre la luz y las sombras de la virtualidad y las vidas por delegación: en suma, cielos e infiernos pre y post-Second Life que auguran un porvenir regido por la doble vida de síntesis y la conquista de paraísos artificiales de arquitectura inmaterial, pero, al mismo tiempo, hiperreal. Las texturas de ese futuro son voluptuosas y sus colores, incendiarios, pero, a la postre, todo acaba llevando a lo mismo: quizá la condena del ser humano sea la de no poder escapar jamás de si mismo y, por eso, la única alternativa de aventura está en el espacio interior. O en la ilusión convincente. El futuro, de momento, sigue siendo tristemente sedentario y casi onanista

                                                                                              Jordi Costa
                                               -Utopías de la cultura popular, antiutopías del presente-
Gaceta Universitaria #676 Marzo 2010


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Si, como una bestia que apareciera con la furia atravesada en la garganta, así se quedaba su padre en la puerta de la habitación, con el brillo de la luz a su espalda y un vaso de whisky  en la mano. Y el pequeño Francisco Paulino, deseando o, temiendo más bien, que se acercase a su cama y que se  sentase en una de las esquinas, para ir inclinándose luego progresivamente hasta contemplar al ya no tan pequeño con el sueño inventado para la ocasión, simulando la muerte como hacen los soldados rodeados de enemigos  cuando les disparan y quedan con vida. Otras veces, lo que le pasaba es que se imaginaba en plena acción de combate, y se veía deslizándose hacia un lado de la cama
en el instante en que su padre se acercaba a él. Luego lo sorprendía por la espalda y con el cable del ratón, le prendía el cuello hasta asfixiarlo sin hacer prácticamente ruido alguno. Así lo hubiera hecho el capitán Price.  Ya después, como buen escenógrafo, lo acomodaba en el colchón, haciéndolo pasar por un hombre borracho al que le ha vencido su propia borrachera. Todas las secuencias y movimientos manejados en el contexto de una verosimilitud aristotélica. Finalmente podía huir y rescatar a la chica o a la dama, o a la doncella,  como se quiera. O a su madre también.

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Han capturado a Zakhaev, el líder pro-comunista que había instaurado un régimen democrático en la región, pero las perdidas de efectivos son considerables y acaban de sufrir un duro golpe emocional al conocer la noticia de que el teniente Vásquez  y el sargento Paul Jackson, ambos comandantes de la primera división de Reconocimiento de Marines, han causado baja debido a una intoxicación por detonación de arma nuclear. El joven sargento John Soap McTavish, al mando del escuadrón del SAS fue quien pudo capturar al presidente Zakhaev en el palacio ministerial y quién lo ha traído a manos del capitán Price para que éste  pueda proceder a los interrogatorios y averiguaciones acerca de la procedencia del armamento nuclear y de cuáles son los países implicados.  El presidente Zakhaev permanece sentado en una silla con los ojos velados por una cinta aislante gris y las muñecas y los pies engrilletados. Mientras tanto,  el capitán Price va rodeándolo  muy lentamente con una USP. 45 en la mano, al tiempo que va queriendo saber cosas que el presidente se niega a develar o simplemente devela pero con una intensidad poco convincente. El capitán Price, entendiendo el automatismo de las respuestas como una falta de respeto a la Verdad , y sintiéndose  profundamente conmovido y apenado por las muertes de sus dos compatriotas, decide meterle la pistola en la boca al presidente pro-comunista Zakhaev para ver si de esta manera consiente en  colaborar con la Causa. Pero nada, el presidente niega con la expresión de unos ojos a punto de estallar, se zarandea un poco como pidiendo auxilio  a la razón y busca la mirada del sargento Soap con quién mantuvo algunas conversaciones. No le da tiempo a encontrarla, ya que el capitán Price ha apretado el gatillo, y los dientes, y por qué no decirlo, los oculares del presidente Zakhaev han ido a parar al espejo de la cámara que estaba grabando todo el interrogatorio, dando la impresión esta vez,  de llevarse a cabo un zoom a la inversa. Llegado a este punto, el pequeño Paulino Hermenegildo,  conviene en hacer un break. Deja el mando al un lado del teclado y se quita las gafas polaridadoras 3D que le habían regalado recientemente para agudizar la sensación de profundidad en la pantalla. Queda convencido de haber  palmeado al capitán Price en la espalda después del disparo. Lamentablemente, dice ahora en voz alta, las cosas son como tienen que ser y esto no lo podemos cambiar. Es Él quién decide por nosotros. LOADING…

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Ella cree que nadie la escucha, y prefiere que así sea, por eso cada vez que le entran las ganas de llorar se mete en el cuarto de la lavadora. El pequeño Francisco Paulino cuando oye que algo está centrifugando, sale corriendo de su habitación y se aproxima al cuarto en el que su madre consume su tristeza. Mientras  apoya la oreja en la puerta,  sueña con que algún día el  centrifugado sea  definitivo.


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Para él su madre siempre lo ha sido todo. No así para ella, que hubiera preferido algún animal de raza, bien un perro, bien un gato, o paliar su instinto maternal con el hijo de alguna amiga o con el de su hermano mismo, antes que tener  un niño con el hombre del cual hacia años que no estaba enamorada. Es una constante en estas situaciones pensar en el amor pasado como en un castigo, o pensar en el futuro, pensar en otro, o pensar en nosotros mismos, en cómo sobreviviremos a una relación cocinada, en el mejor de los casos, con dos ingredientes insípidos: el tiempo y el cariño . Dos ingredientes que deben  complementar, en ningún caso ser completivos.   Muy pocos, verdaderamente piensan en el pequeño o la pequeña,  a pesar de las videoconsolas y los juguetes que llegan con la Navidad y las buenas notas, o las clases de idiomas, las de ballet o las de piano con las que los padres saturan a los hijos. No se trata de  comprar a un niño, sino de educarlo, prestarle el tiempo necesario, el suficiente y un poco más,  hasta que nos podamos convertir   nosotros en su capitán Price, sin tener que llegar , por ello, a sentir la necesidad de   meterle a alguien un tiro en la garganta. Remarco de nuevo que para él su madre siempre lo ha sido todo. No así al contrario.

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Tenemos la región controlada, a pesar de la resistencia. No hay que apresurarse. Seguiremos avanzando hacia la capital y  tomaremos el país, cueste lo que cueste. Pronto habremos pacificado la zona y todos nos estarán eternamente agradecidos. Un ejército se forja en la guerra. ¡Basta ya de gobiernos democráticos! ¿Qué es la democracia hoy? Tomaremos el país y les mostraremos el camino, solo de esta manera construiremos una sociedad cimentada en los principios sólidos del deber, el orden y el amor a la patria. Sobran todos aquellos que quieran impedirlo. Somos la Verdad y en ella nos escudamos. Sargento John Soap McTavish, tu dirigirás esta ofensiva desde el aire, va siendo hora de que asumas nuevas responsabilidades. Yo penetraré por tierra. Que el bombardeo sea lento y duradero, que salgan de vez en cuando a mirar al cielo, así comprobarán que todavía estamos ahí. Nada puede fallar, porque todo está ya decidido. LOADING…


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Siendo como era, tímido e introvertido, le iba a costar mucho decidirse a entregar el retrato que tanto y tan  bien había ido perfeccionando durante meses en los descansos que hacia cuando jugaba al COD4. Decidió que se esperaría a que todos los alumnos salieran de clase, dando por sentado que Carmen seria de las últimas en salir. Entonces podría atajarla.
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Acertó en sus previsiones. Carmen ordena ahora sus cosas en el cajón de su pupitre y  aún no ha visto a Francisco Paulino en el fondo,  que le espera con un folio en la mano y  la misma cara de espanto que tenia el día que entró por vez primera a un confesionario. Ve como ella empieza a andar en dirección suya. Todavía no se han hablado. Es Carmen quién rompe el silencio cuando llega a su altura; qué haces ahí de pie, le pregunta seca. Francisco Paulino le entrega el folio y  le dice con una voz a punto de romperse en mil pedazos; lo hice para ti. Ella coge el dibujo, lo voltea y se queda mirándolo detenidamente como haciendo sus comprobaciones. Luego levanta la cabeza y fija sus ojos en los del pequeño; Quién es, pregunta. Francisco Paulino permanece callado durante unos instantes, trata de pensar, inútilmente, en el capitán Price, pero no logra  concentrarse. Vuelve a decir; no sé,  simplemente lo hice para ti. Es ahora Carmen la que hace un gesto, algo  que queda a media distancia entre la sorpresa y el agradecimiento. Para finalizar le toca un poco la palma sudorosa de la mano a Francisco Paulino y cierra el dialogo, antes de irse, con unas palabras de consideración; no era necesario cerillito, en cualquier caso, gracias por  todo.

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El pelo de Carmen es de color amarillo limón,    ojos marrones, nariz fina y larga, la  piel blanquita en contraste con  unos labios rojos y húmedos como los polos helados de fresa. Carmen es bastante hermosa para su edad, es cierto. Además ya lo sabe. Siempre lo supo. Por todo ello cuando se lo recuerdan no le da la mayor  importancia. Parece querer expresar; siempre fue así, no os dais cuenta, nací con ello y estoy acostumbrada.
Francisco Paulino sabía todo esto cuando empezó a perfilar el dibujo y quiso ir un poco más lejos para no defraudar a Carmen. Elaboró una síntesis de conjunción de tres modelos. Razonó esta teoría: tres bellezas hacen más que una. El resultado quedó en  un collage que mezclaba  ciertos rasgos y facciones de las tres mujeres que él consideraba de su vida; por orden de importancia o adoración, la virgen María, su madre y la propia Carmen.  Algo deconstruido y moderno, la verdad. Lastima que esta última no lograra reconocerse.

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no era necesario cerillito, en cualquier caso, gracias por  todo, le dice ella antes de salir corriendo por la puerta y dejarlo plantado en mitad de la clase. Si que era necesario, repite él para nadie y casi susurrando. Y no soy  cerillito, dice gritando un poco más, soy el sargento Soap, John Soap McTavish, a ver si os enteráis todos de una vez.

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LOADING…[the last mission] El sargento John Soap McTavish está sentado frente a la pantalla plana del ordenador ,  lleva puestas ahora, las  gafas polarizadotas 3D y unos cascos considerablemente grandes en los que escucha reguetón constructivo. Desde hace un par de semanas acude los sábados mañana junto con su madre a un descampado en donde se reúne un colectivo de neoevangelistas que se hacen llamar Iglesia Urbana, allí es donde ha aprendido que la palabra de Dios puede ser arte y ritmo a la vez, y sobre todo, allí ha verificado que la postmodernidad contempla una postrera resurrección. Padre alúmbrame, no me dejes solo, se puede oír a través de los cascos a golpe de reguetón. También escucha el sargento John Soap McTavish por algunos gritos que vienen del fondo de la casa,  que su padre acaba de llegar y discute de nuevo con su madre. En la pantalla del ordenador  el pequeño Francisco Paulino, el capitán Price, el sargento Gaz y un teniente Vásquez resucitado están estudiando la manera en la que van a   operar después de que un avión comercial haya sido secuestrado por parte de un grupo conocido de terroristas que amenaza con explosionarlo. Padre alúmbrame, no me dejes solo sigue cantando el estribillo de la canción. Las negociaciones con los secuestradores, vía telefónica, no avanzan. Exigen recuperar la soberanía nacional de su país y el derecho, por tanto, a gobernarlo a su manera. Estupideces, dice el sargento John Soap McTavish, en el instante en el que le  llega otra vez desde el fondo del pasillo un grito enérgico de su padre. Tonterías y estupideces, vuelve a repetir después de haber dejado ya los cascos y el mando  encima del último número de SeanCity. Con las gafas polarizadotas 3D puestas y la visión un poco distorsionada, empieza a andar en dirección a la cocina. Está convencido de que Francisco Paulino, el capitán Price y compañía se las sabrán arreglar sin él. Repasa los cajones que hay en la alacena, buscando algo más o menos preciso. Encuentra un tenedor largo para el cocido, lo coge y se encamina hacia la sala de estar en donde la discusión no remite. Las gafas polarizadotas deforman un poco el plano, pero el sargento John Soap McTavish percibe claramente el ancho de la espalda de su padre. No duda en ningún momento. El tenedor entra fino y directo por debajo de una de las paletillas. Luego todo son ruidos de cristales rotos en el suelo y lloros de su madre también arrastrada por el suelo. Para entonces, el sargento McTavish ya está de vuelta hacia su habitación, en donde una vez sentado, se coloca de nuevo los cascos y observa cómo el avión secuestrado por el grupo terrorista no es más que una inmensa bola de fuego y humo en el campo vacío de un cielo sin horizonte empantallado. GAME OVER.  Padre alúmbrame, no me dejes solo, continua diciendo una voz por los auriculares.




























                                           IV














   El des-entierro

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Todo está preparado para el gran día en que el Gran  Poeta va a ser des-enterrado

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Se balizará la zona, se instalará una carpa para proteger la labor de los antropólogos y técnicos y donde quedará prohibida la entrada de móviles y demás aparatos electrónicos que atenten contra el secreto de confidencialidad firmado entre todas las partes. Todo está preparado para el gran día en que el Gran  Poeta va a ser des-enterrado.

3

Se balizará la zona, se instalará una carpa para proteger la labor de los antropólogos y técnicos y donde quedará prohibida la entrada de móviles y demás aparatos electrónicos que atenten contra el secreto de confidencialidad firmado entre todas las partes. Con un geo-radar se rastreará el subsuelo con tal de detectar cualquier alteración que pueda ayudar a la identificación del cadáver. No se fijan plazos. Nadie sabe durante cuánto tiempo se puede alargar el proceso de exhumación.  Todo está preparado para el gran dia en que el Gran  Poeta va a ser des-enterrado.

4

Se balizará la zona, se instalará una carpa para proteger la labor de los antropólogos y técnicos y donde quedará prohibida la entrada de móviles y demás aparatos electrónicos que atenten contra el secreto de confidencialidad firmado entre todas las partes. Con un geo-radar se rastreará el subsuelo con tal de detectar cualquier alteración que pueda ayudar a la identificación del cadáver. No se fijan plazos. Nadie sabe durante cuánto tiempo se puede alargar el proceso de exhumación. Los herederos del Gran Poeta afirman que no quieren un espectáculo mediático. El convenio que ampara esta actuación contempla realizar las labores de excavación en el Parque. En ése y en ningún otro emplazamiento. No se plantea, hasta ahora, otra alternativa si concluye sin éxito este trabajo.  Aunque las posibilidades están abiertas. Todo está preparado para el gran día en que el Gran  Poeta va a ser des-enterrado.


5

“Me parece muy raro que no lo encuentren donde lo están buscando…”

SONDEO 1
Entre 20 y 35 centímetros de profundidad
-          Alcorques de un antiguo viñedo
-          Pequeñas acometidas de agua y fluido eléctrico excavadas en la roca

SONDEO 2
-          Alcorques de un antiguo viñedo.
-          Acometidas de agua y luz del Parque.
-          Restos de vidrios y latas de conserva muy recientes.

6

“En la zona hay tres mil muertos y en algún sitio tiene que estar…”

SONDEO 3
-          Excavación junto a una roca que presentaba un impacto de bala. No se descubrió nada. El afloramiento de roca viva se encontraba a escasos centímetros de la superficie.

SONDEO 4
-          Acometidas de agua
-          Raíces  de uno de los olivos que algunos de los investigadores reconocen como el lugar de enterramiento.

7

Testimonio  uno:

            -Le dejamos que se adelantara unos pasos, iban unos cuantos, no sé, entre cuatro y siete, entonces cargamos los fusiles y disparamos. Él miró hacia atrás. Bueno no, no miró. Yo lo vi caer, junto  a los otros, pero no sé si estaba muerto.  Vestía de blanco. Algunos dicen que logró escapar. Yo no lo creo.

Testimonio dos:
            -Es cierto, yo lo maté, pero lo enterró otro…

8

Testimonio tres:

            -Todo se ha exagerado. Nadie mató a nadie. A veces me digo: sobran  las especulaciones. Basta de calumnias y mentiras. Es verdad que lo habíamos  citado en  el gobierno civil. Queríamos comentar, aclarar con él ciertos asuntos, ciertos temas que nos tenían un tanto preocupados. Cuestiones sin demasiada importancia, pero que había que resolver. Él llegó de casa de su otro amigo el poeta, en donde pasaba tardes enteras. Llegó aquí, con un frac negro y una pajarita roja, contento y despreocupado, como siempre. Hicimos nuestras preguntas, contestó con solvencia,  y  aclarado. Malentendidos, sabe usted. Yo mismo lo vi marchar por esa puerta.

Testimonio cuatro:

            -La gente miente oiga, miente por vicio, o por virtud, como usted quiera. Sin la mentira sería imposible vivir. Qué dicen que lo asesinamos, que lo fusilamos y luego lo enterramos por ese parque del demonio, por qué no lo encuentran entonces. También dicen que el país iba bien, que no hacía falta ningún cambio y mira tú si fue necesario cambiar cosas para salir de ese terreno fangoso en el que estábamos empantanados. Locuras, hágame caso. Ellos están resentidos y es medio comprensible. Pero que tengan cuidado no vayan a perder completamente la razón. Vaya la  que se ha montado por ese poetastro del tres al cuarto. Además, era marica.





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Testimonio cinco:

            -Nunca supe muy bien por qué lo hice. El sonido de aquellos disparos me acompañara toda mi vida. Fue al unísono, o casi porque yo creo que apreté primero. Él me estaba mirando. Caminaba de espaldas pero se giró en el último instante. Habíamos hablado minutos antes, en la antigua escuela, aunque más bien fue él quién habló. Me recitó un poema. No lloraba, pero faltaba poco. Tenía mucho miedo. Estaba aterrorizado el pobre. Aún así, pienso que logró entenderme. Sabía que yo no podía hacer nada que pudiera  evitarlo.

Testimonio seis:

            -¿Qué por qué él? Alguien tenía que dar  ejemplo. Toda corrección debe servirse de  un primer  caso ejemplar, y había mucho que corregir. Y digo yo, ¿por qué no?  No olviden que era un maricón de cojones, y comunista. ¿Católico? Bueno, bueno, eso está por ver…

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Testimonio siete:

            -Lea aquí, está más que claro; “muerto  el veinte de un mes caluroso  de agosto” y un poco más adelante; “muerte debida a heridas producidas por hechos de guerra”. Francamente, no sé que más hace falta. Hechos de guerra, si.  Esto es su parte de defunción, no es un invento mío. Luchó como los demás luchamos, y murió también, como los demás murieron, honorablemente. A pesar, todo quede dicho, del despropósito y la injusticia de la causa que defendía. Opiniones aparte.





Testimonio ocho:

            -Era ridículo verlo allí enzarzado en esa pelea de gallos, parecían dos serpientes en celo, eso si, dos serpientes emplumadas. Todos hacíamos corrillo para alentarlos a que siguieran con la reyerta. Pensaba que los maricas, como las nenazas se tiraban de los pelos cuando se peleaban, pero no, estaba equivocado. Tuvo golpes de verdadero boxeador. Aunque el otro era más malicioso. Ya ven ustedes, un poeta boxeando en medio de un círculo de hombres entusiasmados. Siempre he pensado que le había influido ese chiflado de Cravan, también poeta, y sobrino de Oscar Wilde. Cravan se atrevió a desafiar a todo un campeón de los pesos pesado como  Jack Johnson,   después desapareció por el golfo de México sin dejar rastro alguno. Tendrían que haberse calmado. No era para tanto. Mira que morir en una jarana así, en manos de un burdo maricón.
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Testimonio nueve:

            -Ni siquiera supimos hasta un tiempo después que se trataba de él, el Gran Poeta. Venia malherido junto a otro que se presentó como el maestro de una pequeña escuela. Llegaron esposados  al convento. Nosotras los recibimos con todas las atenciones, como hubiéramos hecho con cualquier otra persona. Primero les curamos un poco las heridas para que pudieran descansar bien. Durmieron durante unas horas y al despertar supimos por la declaración del maestro de escuela que habían sobrevivido a un fusilamiento. Debieron escapar, aunque no se muy bien cómo porque nunca querían hablar de ello. El maestro, eso es cierto,  era una persona muy extrovertida, siempre feliz y con ganas de que el conflicto acabara para poder volver con su familia. No así, el Gran Poeta, de normal serio e introvertido, si bien es verdad que el pobre no recordaba nada de lo que había pasado. Perdió completamente la memoria. Y usted sabe que un hombre sin su ayer no es nadie, o todo, como quiso hacernos ver la madre superiora, para quien el olvido es una señal que nos manda el de arriba. Hay que perdonar, ahí esta, nos decía ella,  la clave para una buena convivencia entre hermanos. Ahora todo el mundo está empeñado en echar la vista  atrás, y ya ve usted cual es el resultado, un odio nuevo y creciente, que parece engordar a medida que desciende por la ladera nevada del resentimiento. Leí el otro día, no recuerdo en que revista de esas que tratan de cuestiones posmodernas, algo sobre……..ya ve usted, que a fin de cuentas no estamos tan distanciados de la crítica y el análisis que de la sociedad hace la cultura. Murió hace unos veinte o treinta años, ni recuerdo. Venia de dar un paseo cuando se sentó, como de costumbre a mirar los pajarillos posarse sobre las ramas de los olivos. Atardecía y empezaba a refrescar. Lo encontraron allí, sentado, con los ojos abiertos clavados en un punto impreciso del horizonte. Se trató, como aquí dijimos, de una muerte con esperanza, ya sabe, la mirada en los suyo de persistir, buscar un significado en algún punto del espacio. Nosotras le recomendamos la dirección, le invitábamos a que apuntara hacia arriba, pero él hablaba poco, sonreía con melancolía y volvía a ensimismarse. Las cenizas, a petición suya, las mezclamos con la tierra con tal de que sirviera de abono para  los olivos. A ver si algún día, dijo, puedo volar como ellos, quizás, tal vez os traiga noticias del cielo. Quiero ser la tierra que alimente a los olivos/ el olivo alimentado por la tierra/  el pájaro que descansa en la rama y echa a volar/ quiero ser las tres cosas/ la tierra, el  pájaro y el  olivo. Fue el primer y el único poema que pudimos oír. Sí,  dijo olivo, no olvido como dicen algunas de mis hermanas, de eso estoy segura.

Testimonio diez:

            Sin comentarios, si no hay nada, no hay nada. Todo ha sido un delirio colectivo, una alucinación. No existió y lo sabemos. Alguien escribió esos versos, pero no él. Se trata de la elaboración de  una teoría conspirativa. Quieren resarcirse, bucean en el pasado y resucitan el cadáver de un fantasma. Absurdo. Todo es falso y absurdo. ¿Ya puedo reírme?

Testimonio once:

            Es un duro golpe. No está ahí, donde pensábamos. De acuerdo. Habrá que empezar entonces de cero, pero seguiremos buscando. En algún sitio, repito, tiene que estar. ¿Qué si llenaremos de agujeros el país?  No se preocupe, otros los taparan. Es bueno airear  la tierra  de tanto en tanto.



Testimonio doce:

            Lo de enterrarlo fue fácil. Juntamos cientos de cuerpos, como una gran orgia. Caían unos sobre otros. Piernas, cabezas, brazos. Todo mezclado. Alguno todavía respiraba. A veces cuesta ejecutar a la perfección. A él lo enterré yo, eso creo, al menos. Más tarde tuvimos que trasladarlos a otro sitio. Para finalmente volverlos a traer. Supongo que se perdieron huesos por el camino. Es normal en un traslado que se extravíe alguna cosa.

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Conclusión del informe:
Link: Video
Olvidamos demasiado que toda nuestra realidad ha pasado por el hilo de los media, incluidos los sucesos trágicos del pasado. Esto significa que es demasiado tarde para verificarlos y comprenderlos históricamente, pues lo que caracteriza precisamente nuestra época, nuestro fin de siglo, es que los instrumentos de esta ilegibilidad han desaparecido. Había que comprender la Historia mientras esta existía. […] Un proceso sólo puede ser incoado cuando hay un desarrollo consecutivo […] No comprendimos esas cosas cuando aún teníamos los medios para hacerlo. En el futuro ya no las comprenderemos. […] Ya no tenemos la fuerza del olvido, nuestra amnesia es la de las imágenes. ¿Quién va a decretar la amnistía si todo el mundo es culpable? En cuanto a la autopsia, ya nadie cree en la veracidad anatómica de los hechos: trabajamos a partir de modelos. […] Confusión con respecto a la identidad de las cosas a fuerza de instruirlas y memorizarlas. Indiferencia de la memoria, indiferencia ante la historia equivalente a los esfuerzos por objetivarla. Un día nos preguntaremos si el propio Heidegger existió alguna vez. […] Lo que está ocurriendo colectiva y confusamente a través de todos los procesos y de todas las polémicas es el paso del estadio histórico a un estadio mítico, es la reconstrucción mítica, y mediática, de todos esos acontecimientos. Y en cierto sentido esta conversión mítica es la única operación que puede no ya disculparnos moralmente, sino absolvernos fantasmagóricamente de este crimen original.

NECROSPECTIVA EN TORNO A MARTIN HEIDEGGER
-Jean Baudrillard-


[1]Nota aclaratoria: No es lugar ni momento de tratar aquí  los motivos que hicieron a la familia de Macarena desatender sus  peticiones. Clínicamente Leonilda Arce Dávalos había muerto vieja y escindida. Lo más cómodo para los congéneres fue aceptar el parte médico. Así se hizo. Macarena  fue enterrada con el pseudónimo de Leonilda  en el mismo nicho en el que su marido  Gabriel Llar Puig había sido enterrado cuatro años antes con el sobre nombre de Juan Fernández Carrasco. Llovía esa tarde en la que Macarena fue enterrada. Todo el mundo se cubrió con paraguas negros. Hicieron falta hasta siete paletazos de yeso para fijar bien la lápida. Se escaparon algunas lágrimas. No hubo versos. Ni siquiera se abrió el féretro por última vez. Un alcaraván cantó  algo que nadie pudo entender. Ocho filas más a la izquierda se lloraba otra muerte